miércoles, 18 de diciembre de 2013

Inerte sitio, el mismo.


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Hace falta que me mires a la cara, que sueltes en palabras lo idiota que has sido al ocultarme la verdad. Hoy el odio sería diferente, no tan difícil de quitar. Aunque ya no sé si es odio, creo es más desilusión. Ya ni sé si en algún momento te odié. Sólo recuerdo el hombre que solías ser y observo mi mano, mi lado, mi camino, y ya no estás. No figuras en persona, ni en sombras, ni en mensajes, ni llamadas. Sólo vives, sólo aún vives en mí. ¡Y qué patética confesión de desolación de madrugada! 

Decir que aprendí a sobrellevar el dolor es más una obligación que una realidad. Obligo constantemente a mi alma a no sentirte, al menos a no sentirte tan fácilmente. Pero se complica engañarme a mí misma, ahogar mi llanto en el profundo pozo que hoy es mi interior.

Que debería olvidarte, que no mereces que te extrañe, que debería no pensarte escucho a diario. Y reconozco sería lo mejor, pero intentarlo no puedo siquiera. Siquiera hacerme la idea. 

¿Por qué? A diario me pregunto. ¿Por qué luego de tanta espera? ¿Por qué no desde el comienzo? Hubiese entendido, quizás, quizás no, no lo sé. Pero, ¿por qué así? De sorpresa, de mentiras, de engaños...y en mi cara.  La verdad primero, siempre. Como siempre lo hice yo.
No resuelvo comprenderlo ni en los más largos desvelos, ni en las respuestas de las cartas, ni en la memoria de nuestro amor, ni siquiera por el olvido.


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