domingo, 10 de agosto de 2014

La plenitud de la calma...



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No sé bien cuál es el plan de este destino, pero se siente bien la vida cuando tomo su mano. No sé bien si caminaremos más tiempo juntos hacia un mismo lugar, pero su sonrisa logra hacerme permanecer confiada en el presente y siento que no necesito más.

Cada después de verlo no consigo quitar la alegría de mi rostro, la energía de este corazón que, aliviado y seguro, comenzó a querer. Cada después de un beso mis labios lo extrañan, mi sed lo aclama, y la ternura con la que luego me mira me inunda por completo de pasión, pero pasión sin prisa, sana, aquella que alcanza a crecer sin que los cuerpos se rocen. Admirable.
En cada abrazo nuestro descanso y respiro, siento como hace mucho no sentía, una quietud en mi alma que suspira gracias a la calma de una sinceridad que me envuelve en aquellos brazos. Suyos, míos cuando me sujeta y me hace parte de sí mismo. Firme y delicadamente. Sutiles.

Y es casi imposible hoy no extrañarlo, si desde que logré conocer su esencia me persigue como el perfume que quedó aquella tarde en mí, como aquellas risas que en mi mente resuenan de los momentos que ha sabido brindarme con cariño, como nadie ha hecho hace tiempo.
Y es que confío plenamente en su palabra, en los gestos que a diario me demuestran su interior, que es sereno, noble, llevando consigo como insignia el respeto; quitando primero de mí las dudas y el miedo antes que la ropa.



Me bastó un segundo para reconocerlo, sé que fue parte de algún sueño que aparté por ilusas ilusiones sin comienzo. Sé que ese espíritu de libertad ya lo había vivido, y es por eso que siento que vuelo amarrada a un sentimiento que, aún teniendo mañana su fin, su principio real sé, me hará feliz en cada momento al recordarlo.

Sólo la mitad de ese segundo me bastó para comprender que aún las sonrisas se puede compartir sinceramente sin tratar, siquiera, de ocultar algún dolor.


(Porque hoy realmente no existe, se extinguió) 


Sin prisa, siento...