viernes, 19 de septiembre de 2014

Sólo cabos sueltos...


...

    Y cayó la noche. Cayó en mi párpados cansados de tanto día, cansados del sol, cansados del aire que pesa por su ausencia. 

    Las flores duermen y, con ellas, también su aroma. Ese aroma que agrada a mis sentidos, que penetra lo más profundo de mi ser, que revive a un corazón muerto por el olvido.

    Esta noche la luna sonríe lejana, mantiene su postura mas no su magia. Simula con muecas que aún me ampara, como aquellos que me fingen su nobleza. 
    Esta noche, noche extraña, trae consigo las penas que no llegan a ser penas, sino certezas que duelen por sinceras y calman por igual. 

    El cielo se nubla tal como se nubla mi mirada cuando no lo alcanzo a ver, mas no por tristeza, más bien por temor. Temor a ese tejido de raíz que ciega por completo mi razón, creciendo, dando frutos en los sentimientos que, inevitablemente, no logro obviar. 

    Y es que tiendo a sentir y a no pensar cuando el corazón a gritos me recuerda que, nuevamente, late al ritmo de una balada de amor, que al compás de un "Te quiero", una fiesta pagana se enciende en él, siendo el dios su voz.

    Rozan las sábanas mi piel, patético consuelo al faltarme sus caricias. Mi almohada queriéndose convertir en su pecho, aquel que cómodamente me reposa con placer. Mas nada se asemeja a su presencia, mas nada tan cálido como aquel corazón. 

    Aguarda mi cuerpo su abrazo, suplico a la noche que acabe, que el día se asome, la tarde que llegue y al fin encontrarlo. Aún con mis párpados cansados, aún con sinrazón, con el corazón jugado.

Cayó la noche y con ella el dolor.
Cayó la noche y con ella mis sueños,
con ellos mi adiós.


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