miércoles, 9 de octubre de 2013

Café en mano; divagando en la noche.


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Es sintonizar la música, en su grado exacto de intensidad. Es enchufar los auriculares y dejar que las melodías invadan mi ser directamente de mis oídos a mi corazón. Es dejar que mis dedos, mi mente y mi alma se compenetren y divaguen en total concordancia y libertad. Es dejar ser natural a mis sentires y pensares.
La noche siempre juega un papel importante. No sé qué será de ella, pero guarda en sí el misterio y la comodidad que me presta para ser yo. Refleja en mí su oscuridad, refleja su oscuro mirar. Sin juzgarme. Mira de reojo mis lágrimas, aquellas que escondo en el día, aquellas que retengo con firmeza y dolor a los ojos del sol. Y es que en penumbras todo es más sencillo, todo aflora con naturalidad, el dolor ya no se esconde, ya no duele tanto, ya no es sombra. Pasa a ser verdad.
La luna, las estrellas; notorias e inalcanzables, como yo. Con mirarlas no es suficiente, encontrarlas personificadas es el reto. A diferencia de mí, en alguien existe. Lo inexplicable es siempre lo ideal, sobrellevar el hallazgo de algo jamás pensado. Vivirlo y revivirlo cada instante. Y es que en sus ojos lo encontré. Hallé en su cuerpo el juego completo de estrellas, una constelación descubierta sólo por mí. Perdí la cuenta de sus lunas y lunares.
Lo maravilloso de un nuevo viaje será en algún sueño, allí podré recomenzar la cuenta, perderla y volverla a encontrar. Cuantas y tantas veces quiera. ¿Y al despertar? Al despertar el sol estará en mi rostro.

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