martes, 19 de noviembre de 2013

Guía hacia la nada.



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Como primer paso debería quitar de la vista todo aquel recuerdo que me incite a pensar en él. Eso incluye fotos, presentes, su remera. Guardarlos donde no frecuente buscar, donde el polvo consume todo tipo de recuerdo material. Ubicarlos en el más profundo rincón, allí donde la luz no se anima a pasar. Si es posible, ponerle trabas a prueba de adulto melancólico y masoquista, de persona débil de corazón. Y si puedo aún más, agregarle cerrojo, cerrarlo con llave y perderla en el más infinito dolor de mi alma, arrojarla al abismo de su ausencia.

Lo segundo debería ser borrar nuestras canciones, aquellas que nacían de él para mí y estas que suenan por cada una de las veces que su sonrisa era mi pensar diario. Romper parlantes cercanos a mis oídos, alejarlos de la radio cizañera ante mis heridas. Evitar toda similitud de voz, de tono, de sonido; toda similitud que lleve a recordar esos momentos de dedicatorias, de admiración, de amor y concordancia.

En tercer y último lugar... no sé, sinceramente no sé. Las dos primeras fueron ideas en plenitud total de incoherencia, porque, ¿de qué sirve ocultar todo recuerdo visible si en el alma aún viven aquellos de verdad?. Podría romper sus fotos, borrarlas, podría perder las palabras de aquellas líneas que plasmaban mi amor por él, podría hasta incluso prohibirme escuchar música, mirar televisión, evitar encontrar y revivir momentos a su lado en los demás, dejar el té, el café, pero nada, absolutamente nada quitará lo que aún vive en mí. No existirá jamás un factor de olvido ni nada que lo haga aliviar. Por eso no avanzo, por eso soy yo misma y no él


Sí, quizás por algo se empieza, pero sé que nada, nada de lo que esté a mi alcance, lo terminará.

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