viernes, 22 de noviembre de 2013

Sin una única forma.


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Es normal que la luna se preste en mi cabeza para hacer de mediadora del corazón, a veces no resulta tan sencillo plasmar con palabras lo que se siente aquí, dentro de mí. Todo este dolor, este amor acumulándose sin un porqué mayor, sin uno nuevo cada día crece sin dejarme un sólo respiro, un sólo alivio siquiera de esta monotonía dulce y amarga a la vez de extrañarlo tanto.

Es más normal aún que lo vea hasta en la figura de una nube, sentir aún su risa tan cercana a mis oídos. ¿Es normal? Sí, en mí lo es. En mí es normal que perdure un sentimiento aun si esa persona acreditada a ello no está a mi lado ni en mi vida. Es normal que la razón la deposite en el corazón y no en la mente misma, donde mayormente está. Es normal, también, que no trate siquiera de evitar aquellas pequeñas cosas, aquellos detalles minúsculos que puedan llevarme a recordarlo; ya sea un mensaje, una foto, una canción, un lugar específico que guarda un momento único, un aroma, una palabra, un aperitivo, una película, un gesto. No lo sé, todo.

Siento que recordar no es la palabra que debería utilizar, ella lleva consigo al olvido y yo jamás lo olvidé ni por medio segundo. Es que, cómo alguien olvidaría su sonrisa, la paz que emanaba desde lo más profundo y sincero de su ser. Cómo alguien en su sano juicio quisiera quitar de la mente, de la piel y el corazón a esa mirada penetrante y cálida, radiante como ese sol exacto en una tarde de brisas bajo un árbol. Es que su risa, ¡Por Dios!, su risa, qué hermosa melodía resuena de ese juego de cuerdas, de ese gran piano que lleva en su boca. Todo él es imposible de olvidar.

Y llámenme loca, si quieren, por amar aún a alguien que de mí lejos está. Y llámenme ilusa, también, por seguir creyendo en lo que hoy tanto me lastima. Porque aunque hable de lo mismo, es lo que aún me mantiene viva. Sí, el amor.

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