viernes, 15 de noviembre de 2013

Inmortalidad al olvido.

           

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Y aquí me encuentro otra vez, bajo este cielo oscuro en que se ha convertido mi techo, entre paredes que solían ser libertad hasta hace un tiempo. Me encuentro escondiendo por momentos mi verdadero rostro. Un rostro quebrantado por la desilusión, apagado por el mismo desamor. Suelo quitarme la máscara cuando esas pequeñas luces de vida aparecen delante de mí, pero duran minutos, unas pocas horas. Luego todo vuelve a la normalidad anormal de mi ser. ¿Soy auténtica fingiendo estar bien cuando mi verdadero yo es complacer a quien me mira? Contradicción, confusión. Anhelos sólo de ser, porque ...
Me absorbe esta ausencia, la presencia de su ausencia. Me consume el recuerdo diario, el momento de lo absurdo que genera esta soledad, esta distancia de más que sólo millas. Es pelear con los días por su sombra, aquella que de prisa se está yendo. Es enfrentar a los errores como un constante entendimiento previo. Es liberar necesariamente la mente de culpas. Aliviar al corazón con el perdón.
Es amarlo aunque no pueda sentirme, sentirlo, es vivirlo en mi presente oculto, en este presente pasado que hoy diviso sin tanto dolor (¿a quién pretendo engañar?). Es verlo con los ojos de la ilusión. Es necesitar de él
 sin apuros a que llegue, mas con prisa a que vuelva a verme. Es abrazarlo en mi cama, en mi almohada, en mi corazón. Es extrañarlo sin necesidad y con tanta, tanta pasión y nostalgia.

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